El origen de los alebrijes: la imaginación que da forma al alma mexicana.

En el vasto universo del arte popular mexicano, pocas creaciones representan con tanta fuerza la unión entre la imaginación, el color y la identidad cultural como los alebrijes. Estas figuras, vibrantes y surrealistas, son el resultado del sueño de un hombre y del poder creativo de un pueblo que transforma incluso la enfermedad y la adversidad en arte.

El origen de los alebrijes se remonta a la década de 1930, cuando Pedro Linares López, un artesano originario del barrio de La Merced, en la Ciudad de México, cayó gravemente enfermo. Durante su convalecencia, Linares experimentó un sueño que marcaría la historia del arte popular: en él, se encontraba en un bosque poblado por criaturas imposibles —mitad león, mitad gallo, con alas, cuernos y colores que nunca antes había visto—. Todas repetían una palabra desconocida hasta entonces: “Alebrijes”.

Al despertar, Pedro comenzó a recrear las figuras que había visto en su sueño, utilizando cartón, papel y pintura. Con el tiempo, su trabajo trascendió el ámbito local y se convirtió en un símbolo del imaginario mexicano, donde lo fantástico y lo cotidiano conviven con naturalidad.

Más allá de su belleza, los alebrijes representan algo profundamente humano: la capacidad de crear sentido y belleza a partir del caos. Son la prueba de que la cultura mexicana no solo celebra la vida, sino también la transformación, la reinvención y la resistencia ante la adversidad.

En ellos se sintetiza una visión del mundo donde los límites entre lo real y lo imaginario se difuminan. Cada alebrije, con su forma única y su explosión de color, es una metáfora de la identidad misma de México: múltiple, híbrida, apasionada y profundamente creativa.

A casi un siglo de su creación, los alebrijes continúan cautivando al mundo, recordándonos que los sueños —por extraños que parezcan— pueden dar forma a las más bellas expresiones del espíritu humano.